miércoles, 1 de octubre de 2008

Negociación o crisis

Luis Linares Zapata


El llamado a la unidad hecho por el señor Calderón se acercó al borde de un abismo: ese territorio que, en circunstancias diferentes y para evitarlo, se pavimenta con legitimidad y empatía entre el poder y sus mandantes. Una facción del priísmo, quizá la dominante en el Congreso, acudió presurosa a Los Pinos para tratar de darle referente a modo. Ambos bandos dijeron que sólo hablaron de seguridad. Pero, en el fondo y a los lados de ese trasiego en palacio, todos salieron con la certeza que dan las alianzas renovadas. Los intereses de los grupos de poder quedaron trenzados, una vez más, para dar continuidad del modelo en boga.

Los demás temas, para reconfirmar lo ya bien sufrido, quedaron flotando en la indefinición de estos borrascosos tiempos de titubeos, ausencias y torpezas. Sólo se oyen los ecos del oficialismo burocrático dando seguridades de reciedumbre, blindaje le llaman, del aparato financiero-bancario del país. Las quejas y lamentos de una población angustiada y en la desesperanza casi completa no alcanzan los decibeles para hacerse oír por los controladores de arriba.

Lo que corresponde a la economía real, ésa que toca y aqueja al resto de la ciudadanía, no se menciona en el discurso de la normalidad forzada. El silencio ante la crisis actual es una especie disimulada de clasista desinterés, una respuesta cínica a la angustia de una población que se debate entre la carestía cotidiana, la estrechez de medios para la subsistencia y la falta de oportunidades de desarrollo.

Es entendible la actitud huidiza del señor Calderón y la corte que le acompaña. Aunque de varias maneras la crisis va alineando sus cortantes aristas y su presencia, se torna por demás ominosa, harto difícil de aceptar para trabajar con ella. Lo más fácil es negarla, reducirla en sus contornos, jurar que será menor a la que padecen los vecinos y dejar que fluyan los días para que, tal vez, se desvanezca entre la indiferencia colectiva.

Lo urgente por ahora son los preparativos para el año electoral que se avecina. Para eso se diseñó un presupuesto de medio término que dé garantías de captar el voto de los necesitados. El incremento en el gasto social pondrá los fondos y los medios para la manipulación de esos atiborrados padrones de beneficiarios marginales. La compensación adicional se encuentra al aumentar los recursos para el combate policiaco-militar al crimen. Así, la ciudadanía, agobiada por la alarma difusiva de los frentes de guerra cotidianos, recibirá con gusto el accionar gubernamental y lo recompensará en las urnas venideras. Una esperanza tan endeble como incierta, tanto para el panismo como para los que ya se sienten instalados en el triunfo: los priístas que creen saber cómo capitalizarlo.

En el fondo, el señor Calderón recurre a la conocida estratagema para seguir en el mando usurpado: usar señuelos distractores, mostrar calma, conseguir respaldos interesados, solicitar ayuda de los medios de difusión afines (que para estos menesteres son casi la totalidad de los existentes) estigmatizar a la disidencia, apuntar hacia el caos para diluir la innovación y el cambio. Ésa es la ruta marcada por el librito de la experiencia reciente, aunque sea una necia repetición del fracaso.

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