domingo, 30 de noviembre de 2008

NO SE ESTAN ESPERANDO




Antonio Gershenson
No se están esperando

Se pone mucha atención en la solicitud de las tres grandes empresas automotrices estadunidenses de un “rescate” multimillonario. Se dirigieron a la Cámara de Diputados (allá, de representantes). El presidente de la Comisión (allá es comité) de Energía y Comercio les parecía buen conducto.

Este presidente era John D. Dingell, legislador por un área de Detroit, capital del automóvil en ese país. Llevaba 28 años de encabezar a los demócratas en esa comisión. Había frenado o bloqueado muchas regulaciones de seguridad y ambientales que las compañías automotrices decían que no podían cumplir. Por si fuera poco, su esposa Deborah ha sido durante bastante tiempo alta funcionaria de la General Motors Corporation. Aquí, diríamos que eso es conflicto de intereses.

Con tantos años ahí, este legislador no esperaba que hubiera un candidato “de oposición” cuando llegó el momento de renovar o ratificar al presidente de la comisión, muy importante para cuestiones de energía, calentamiento global y legislación sobre salud. Pero ahora se lanzó el diputado Henry A. Waxman, representante de un distrito de Los Ángeles, la ciudad que más medidas ha adoptado a lo largo de los años contra la contaminación ambiental.

Waxman ha impulsado, además de medidas contra la contaminación, acciones de protección al consumidor y subsidios a medicinas de patente para los habitantes de bajos ingresos o de la tercera edad.

La votación fue secreta y en ella no tenía Obama ninguna injerencia formal. Pero el presidente electo nombró director de las relaciones con los legisladores a Philip Schiliro, que había sido por mucho tiempo asistente de Waxman. El hecho es que a la hora de la votación en el cuerpo al que corresponde la elección del presidente de la comisión, ganó Waxman.

Lo que se ha planteado en cuanto al dinero para las tres grandes compañías: General Motors, Ford y Chrysler, es que se apruebe sólo sobre la base de un programa de estas empresas que las haga competitivas, o sea, por ejemplo, que no quemen tanta gasolina. Precisamente el menor consumo de combustible fue una de las piezas clave para que las automotrices japonesas y, en menor medida, europeas les hayan estado quitando la clientela a estas tres. Otra fue que la gente los considera de mejor calidad.

Entonces, si quieren el apoyo económico deberán transformarse y cumplir con una serie de normas, con la tecnología que ellos decidan, pero que impliquen menor consumo de gasolina, entre otras cosas. Las compañías petroleras también saldrán afectadas.

Se dice que el nuevo presidente de la Comisión de Energía y Comercio será mucho más compatible con el cumplimiento de las promesas de campaña de Obama en las áreas que le corresponden.

No se están esperando a la toma de posesión de Obama el 20 de enero. Y él, en cierto sentido, tampoco, pues ya anunció y prepara medidas como la reducción de impuestos a trabajadores de niveles bajos e intermedios.

Por cierto, en Inglaterra acordaron la reducción del IVA en 2 y medio puntos porcentuales. Pero aquí, como dijimos, suben constantemente los precios de la gasolina, el diesel, el gas y la electricidad, lo cual repercute en la elevación de los precios de casi todos los productos de consumo generalizado. Según cifras del Banco de México, esto llevó a que el índice de precios llegue al doble de lo oficialmente previsto, en la primera quincena de noviembre.

Obama también anuncia medidas para crear empleos, como obras en carreteras y escuelas, y subsidiando otras para la generación de energía con fuentes alternas y el mejoramiento del medio ambiente. Dentro de esto está también el cambio en los vehículos, haciéndolos más compatibles con un medio ambiente más limpio.

En los hechos, el gobierno federal de nuestro país se está esmerando en mostrar algo que hace unos años hubiera parecido difícil de creer: situarse a la derecha de los gobiernos de Estados Unidos y Europa occidental, al mismo tiempo. Esta administración, que de por sí carece de legitimidad, algo cambia el discurso, pero en los hechos sigue en el pasado.



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LA CRISIS ES DE A DE VERAS




Rolando Cordera Campos
La crisis es de a deveras

Según la OCDE, es probable que la economía no crezca el año que entra. Si esto ocurrirá o no, y si en vez de ello se cumplen las expectativas a que se aferra el inefable subsecretario de Hacienda, dependerá no sólo de lo que el Estado haga sino de cómo se muevan o se estanquen la producción y el consumo en Estados Unidos, a los que están amarradas la mayoría de nuestras exportaciones. Somos, como lo fuimos a finales del siglo XIX y el inicio del XX, una formación social refleja, más que dependiente, como no hemos dejado de ser a lo largo de nuestra breve historia.

Para los centenarios y bicentenarios tan mal tratados por el gobierno, será importante dilucidar sobre este aspecto de nuestra evolución política y económica, que la revolución neoliberal presumió dejar atrás pero que en realidad profundizó y volvió cultura dominante, como lo tenemos que constatar hoy a un costo alto. Así como la rumba es cultura, hay que asumir que la obsecuencia ante el ciclo internacional de que hicieron gala los neoliberales totonacas se impuso también como reflejo mental y actitud ante la vida, sus veleidades e inclemencias.

Frente a, a través de, y en la crisis actual, se va a poder calibrar cuánto de nuestro proverbial aguante y disposición para capear y aprovechar la adversidad nos ha quedado, una vez que el embate liberista vive sus momentos últimos, si es que este es, en efecto, el caso. Pero por lo pronto, los titubeos gubernamentales y la falta de flexibilidad del Congreso nos hablan de resortes institucionales oxidados, del mismo modo como el decaimiento productivo tan temprano nos señala el grado de encogimiento al que fue sometida la planta empresarial por años de predominio de la visión estabilizadora a ultranza en una coyuntura de profundas dislocaciones como las que siempre acompañan a los cambios estructurales. Como si se tratase de una fatalidad heredada de Moctezuma, los dirigentes del fin de siglo “recibieron” los cambios del mundo, pero poco o nada hicieron para acomodarlos y adaptarlos a nuestras estructuras y capacidades… y así nos fue.

Movilizar energías humanas, financieras, físicas e institucionales para evitar un colapso de la producción, el empleo y las empresas grandes y medianas es la orden del día, pero nada de eso se podrá hacer si en el Estado y las cúpulas del dinero reinan la tiricia y la flojera mental. Imponer un sentido de urgencia a los hábitos del corazón mexicano es indispensable si se quiere en verdad convertir la crisis en una oportunidad de cambio para mejorar. Más que buscar “desdramatizar” la situación, lo que debe buscarse es encauzar la incertidumbre y los temores de la gente, diciéndole lo que en verdad pasa y puede pasar, sin edulcorar la circunstancia para a la vez no caer en la estampida y el miedo. Todo esto es tarea de los dirigentes, de los que gobiernan y deliberan en los órganos colegiados representativos, así como de los que aspiran a sucederlos en medio del remolino.

En todo el mundo, en especial en sus regiones avanzadas, todo es preparativo para la acción y la defensa de las capacidades instaladas, en primer término las del trabajo, así como la protección de los más vulnerables y débiles. Nadie busca “bajar” la tensión ni ofuscar el entendimiento trazando rutas basadas en la ilusión de “que no es para tanto”. Así se pone en práctica el conocimiento acumulado y se pone a prueba la madurez social y política de sociedades y estados. Poco o nada de eso ocurre aquí, donde se especula con la opinión y la información públicas, se viste de luces por victorias virtuales sobre los malos, o se insiste en que hasta estas playas no llegarán las olas de la tormenta desatada en Wall Street que ahora inunda a la economía mundial.

Parece mentira y ojalá y así fuera, pero tener que discutir y argumentar sobre la realidad, la magnitud y la intensidad de la crisis en México, en la academia, algunos círculos de negocios y en el propio Estado, no es sino una muestra más de que el subdesarrollo que nos vino con la colonización de fin de milenio atacó las neuronas de las clases dominantes y dañó sus de por sí mermadas capacidades dirigentes. A ver cómo le hacemos.



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LA REFORMA DEL ESTADO Y LA CONSTITUCION




Arnaldo Córdova
La reforma del Estado y la Constitución

Hace unos días, Porfirio Muñoz Ledo dio un informe acerca del estado que guarda el debate político sobre la reforma del Estado. Aunque hay algunos avances que no son deleznables, deprime darse cuenta de que tras años de intentos por definir los grandes temas de esa reforma, una y otra vez, todos han acabado en miserables simulaciones que no han hecho otra cosa que escamotear los más sencillos acuerdos y escurrir el bulto a un debate a fondo. Lo que se ve, sin más, es que a nadie le interesa de verdad esa reforma y que todos gozan haciéndose tontos tratando de dar la impresión, en cambio, de que están muy atareados en la faena.

Lo que más a menudo se alega para relegar al infinito cualquier acuerdo es siempre el mismo: para hacer eso habría que reformar la Constitución y, al parecer, nadie quiere tocar la Constitución, aduciendo, además, verdaderas patrañas sin sentido como aquella de que sería una bronca convocar a un Constituyente. Se trata de una auténtica idiotez, porque todo buen jurista sabe que para reformar la Carta Magna no hace falta convocar ningún Constituyente. Se dice que hay “principios” que son intocables y se habla de la forma de gobierno, de las garantías individuales, de la forma republicana de Estado y otras cosas semejantes.

Yo quisiera que alguien, con la Constitución en la mano, me señalara en dónde nuestro máximo código político ordena que esos “principios” jamás se deben tocar. Los más eminentes de nuestros constitucionalistas siempre lo dijeron, pero jamás nos dieron una sola razón que apoyara sus opiniones. Rabasa, Tena Ramírez, Mario de la Cueva y todos los que les siguieron lo postularon sin tregua, con el mismo resultado: “No se deben cambiar”, ¿por qué?, pues quién sabe. Todos ellos estaban equivocados. Lo que estatuye el artículo 135 constitucional no está acompañado de prohibición o excepción alguna.

Dice dicho artículo: “La presente Constitución puede ser reformada o adicionada. Para que las adiciones o reformas lleguen a ser parte de la misma, se requiere que el Congreso de la Unión, por el voto de las dos terceras partes de los individuos presentes, acuerde las reformas o adiciones, y que éstas sean aprobadas por la mayoría de las legislaturas de los Estados. El Congreso de la Unión o la Comisión Permanente, en su caso, harán el cómputo de los votos de las legislaturas y la declaración de haber sido aprobadas las adiciones o reformas”. Por lo que puedo ver, no dice que haya artículo alguno que no pueda reformarse. Y, por lo demás, ningún artículo de la Carta Magna nos dice que no puede ser reformado.

Y, por si alguna duda quedara al respecto, tenemos el contenido del artículo eje de todo nuestro orden constitucional e institucional, el 39, que siempre recordaré y que a la letra dice: “La soberanía nacional reside esencial y originariamente en el pueblo. Todo poder público dimana del pueblo y se instituye para beneficio de éste. El pueblo tiene en todo tiempo el inalienable derecho a alterar o modificar la forma de su gobierno”. Si es verdad que tiene en todo tiempo el inalienable derecho de alterar o modificar la forma de su gobierno, ¿qué nos impide que llevemos a fondo todas las reformas del Estado que la nación necesite y que sean para su progreso y su beneficio?

¿De dónde sacan algunos, entonces, la peregrina idea de que hay instituciones, como la forma de Estado, que resultan intocables? No hay nada intocable en nuestra Carta Magna, nada, excepto el 39. Ese precepto fundador es, en sí, nuestra Constitución, y sin él, ni siquiera el 135 tendría sentido. La Constitución no es ningún obstáculo para que llevemos a cabo una reforma a fondo y hasta el final del Estado. Creo que es ella misma la que la está reclamando, por ejemplo cuando estatuye las facultades del Ejecutivo, que iban bien para la época en que el PRI era hegemónico, pero que ahora resultan obsoletas. La Constitución pierde su majestad y su prestigio cuando se vuelve obsoleta. ¿Por qué demonios quieren algunos que siga como una mortaja intocable que cada vez le sirve menos a la nación y a su pueblo?

No creo que haya misión tan imposible como convocar a un Constituyente. Los partidos deben entender que no tienen por qué meterse en el espantoso dilema de concertar acuerdos para dicha convocatoria, cuando muy bien y de mejor modo lo pueden hacer en corto, simplemente aplicando el procedimiento, sencillo como pocos otros, que prescribe el 135.

Aun así, sus voceros insisten en que el camino seguirá estando minado, porque será terriblemente difícil ponerse de acuerdo en qué es lo que debe reformarse. De acuerdo. Entonces, lo que nos están diciendo es que no quieren, en absoluto, una auténtica reforma del Estado. Pues, en esas condiciones, no habrá modo alguno de llevar a cabo la tarea. Los partidos no quieren la reforma del Estado. No podía estar más claro. Lo que me pregunto es por qué siguen jugando a la farsa de reformar el Estado, cuando no quieren hacerlo. Es inútil que aleguen que cada uno quiere algo diferente. Por supuesto que todo mundo quiere siempre algo diferente a los demás, pero es el caso que ni siquiera son capaces de decir qué es lo que quieren. No debería extrañarnos. En la lucha política moderna siempre se descubre que los más conservadores y miedosos son los partidos políticos.

Un viejo amigo mío me dijo que le oyó a Jean Paul Sartre decir varias veces: “Las putas más veleidosas y antojadizas que podemos encontrar en la vida son los partidos políticos”. Creo que todos podríamos coincidir en eso. Es precisamente en ello que radica entre nosotros la razón de las dificultades que parecen ser insuperables de una verdadera y auténtica reforma del Estado.

Todos la queremos y todos sabemos que nos es necesarísima e indispensable para seguir adelante en todos nuestros proyectos nacionales. Pero eso no es lo que piensan los partidos políticos y, menos aún, sus dirigentes y sus voceros, desde los parlamentos. Yo he platicado con muchos representantes de todos los partidos políticos y todos me hacen siempre argumentaciones tan especiosas y tan diluidas, que lo primero que pienso es que no quieren que nada se mueva, porque para ellos, todo lo que se mueve es peligroso y sospechoso. Mejor que todo siga como está, parece ser su convicción (perredistas incluidos).

En próximas entregas seguiré con el tema, pues hoy es obligado.



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