domingo, 20 de julio de 2008

EL TERRIBLE PODER DE LOS MEDIOS





Arnaldo Córdova
El terrible poder de los medios

El poder y la influencia sobre la sociedad de los medios de comunicación electrónica, sobre todo de la televisión, espantan a todos. Nunca ha quedado claro de qué entidad son ese poder y ese influjo, pero de que existen, existen. Aparte de ello, se ha tejido una vasta red de auténtica mitología que ahora ya no nos permite ver otra cosa sino la indefensión en la que todos estamos a merced de los medios. De esa mitología comienzan a formar parte especies típicas de nuestro ambiente cultural y político, como aquella de que sin ellos, los medios, ya no es posible luchar por el poder político o, ni siquiera, hacer negocios.

La misma cultura parece estar cada vez más en manos de las grandes televisoras y parece abrirse paso la convicción de que ellas son las que ahora están marcando los límites y hasta la definición de los valores culturales. Con toda evidencia, han sido los conductos a través de los cuales los parámetros que son típicos de la cultura norteamericana nos han empapado y casi han ahogado los antiguos valores de la cultura nativa, si bien es posible afirmar que todavía los cotos de resistencia de las artes y las costumbres del pueblo que son las comunidades y los viejos barrios de las ciudades nos preservan mucho de lo que somos y hemos sido.

Las recientes reformas constitucionales en materia electoral y, dentro de ella, de la función de los medios, nos han ayudado a esclarecer algunos misterios que envolvía el colosal poder de los mismos. La virulenta reacción de las televisoras y de los círculos empresariales a la aprobación de las reformas, todas en nombre de la sagrada libertad de expresión, nos muestran varios elementos que nos ubican apropiadamente el problema. Los chillidos y berridos que pegaron sólo descubrieron que su queja era porque se les iba a quitar un jugoso negocio que les redituaba más de 3 mil millones de pesos de ganancias fáciles y sin competencia.

Creo que los primeros que piensan que su poder es omnímodo, incluso sobre el poder del Estado, son los mandarines de la televisión. Según eso, ellos tienen todo el derecho de hacer y deshacer en la política, pronunciarse sobre lo que sienten que es el bien público, desacatar fallos judiciales y, además, decidirlo sin oposición alguna. De verdad creen que pueden insultar, vilipendiar, desprestigiar y destruir a todos los actores políticos que consideran enemigos o poco amigos. Se han hecho de personeros en todas las esferas del poder público, incluidas las cámaras del Congreso y éstos actúan como verdaderos lacayos de sus intereses.
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YUNQUELAND ROMPIENDO EL CERCO INFORMATIVO.
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