domingo, 26 de octubre de 2008

Salida hay… no la tapemos

Rolando Cordera Campos


En La Jornada del viernes, David Brooks documenta con precisión el fin de la fiesta de Wall Street que deja en la calle hasta a las conejitas del Playboy: los despidos en las grandes empresas llegan a miles, y la FBI investiga felonías financieras. Por su parte, el vapuleado maestro Greenspan confiesa el poder de sus creencias: con ellas y por ellas la gran nación de los libres vive ahora en las cercanías de una gran depresión que “no tenía por qué volver a suceder”, como advirtiera el gran economista Mynski, dados los conocimientos múltiples que la anterior, la de 1929, dejó a la humanidad y a sus dirigentes. El peso de las (malas) ideas, junto con las pésimas costumbres del capitalismo salvaje, son hoy pecado capital, hasta que los nuevos amos del universo se recuperen y la historia de la codicia vuelva a empezar.

El presidente Sarkozy decreta la muerte de la “dictadura” del mercado libre y lanza un fondo soberano para apoyar a la industria francesa. El dirigismo galo a todo lo que le da su retórica, por mal que les pese a la señora Merkel y sus asesores. A la vez, el resto de los estados hacen sus cuentas y se aprestan a violar el credo liberalista: más que de socialismo, aconseja The Economist, hay que hablar de pragmatismo para atajar los remezones del tsunami financiero, mientras en un lado y otro se despliega la tormenta mayor de la crisis del empleo y la producción.

Nadie está a salvo y lo peor que puede ocurrir es que se imponga el sálvese quien pueda. Así ocurrió en los años treinta del sigo pasado y así les fue a todos, a los que buscaron protegerse del mundo amenazante, como los Estados Unidos de América, y a los que imaginaron que con un poco de mano dura y un ocasional Arturo Ui las cosas mejorarían, como en Alemania. La opción dictatorial, totalitaria, que ofreció Stalin, fue al final de cuentas una ilusión sangrienta, pero junto con Hitler marcó el extremo de la pauta: sin Estado no hay salida, porque el mercado se come a sí mismo y con él a la naturaleza y el trabajo.

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