domingo, 19 de octubre de 2008

Sube y baja, ¿hasta el fondo?

Rolando Cordera Campos


El Presidente inaugura en carrito un campo de golf en Morelia y luego va a un local de Diconsa en Sindurio para encabezar el día mundial de la alimentación. No se trata esta vez de “la conciliación de los contrarios” de que presumía el presidente López Portillo, sino de una muestra más de que no es el cálculo ni la prudencia política lo que da la pauta de la acción presidencial. Puede ser la presión de las cosas del mundo o la flagrante insensibilidad del equipo cerrado de Los Pinos, pero el mensaje se impone lineal, inequívoco: entre la evidencia de que el hambre avanza y la confianza de los inversionistas fans de Lorena Ochoa, sólo tiene lugar la procacidad del secretario de Agricultura que acerca a Calderón al humor de sacristía, por si lo hubiere olvidado al calor de los viajes, sus majestades, los regaños de la cúpula, los traspiés de su vicepresidente, “ese ex priísta”.

El Presidente no “vino por hambre porque ya la traía”, nos reportan las crónicas, y termina por echarse unos tacos con el gobernador Godoy. Pero las cifras de la FAO son implacables y advierten al mundo y a México no de lo que viene sino de lo que ya llegó: empobrecimiento de muchos por las alzas en los precios de los alimentos que bien pueden habernos dejado, antes de la crisis actual, con más de dos millones de pobres “alimentarios” más. Las transferencias monetarias adquieren aquí su trágica dimensión: son indispensables para alimentar y apoyar el cuidado de la salud y la asistencia a la escuela de los niños más pobres, pero son insuficientes para subsanar la falta de empleo que ahora se aúna al desempleo abierto y al más que probable éxodo de miles o cientos de miles de paisanos que cruzan el desierto en sentido contrario.

Nada falta a este cuadro goyesco. Un secretario de Hacienda deturpado por sus padrinos; otro, el de Economía, en el tobogán del dislate; otro más, el del Trabajo, reprobado por sus asesores económicos por confundir pleno empleo con sobrepoblación resultado del regreso americano, que no puede sino dar más y no menos desempleo. En fin, un Mouriño imbuido de no se sabe qué enjundia ibérica que declara la futilidad de la movilización social para desazón de los priístas que se baten en el foro energético pero, al parecer, para solaz del diputado Gamboa que festina la soledad final de López Obrador. Más allá, una cúpula que de repente descubre que no estaba cada día más cerca de cielo sino de la capa de esmog, con un oligopolio mediático al borde de un ataque de histeria: no en balde hubo de importarse al presidente de El Salvador, hijo y nieto de Dabuisones, para reforzar la “defensa” de una libertad de expresión que en sus términos esclarecedores no puede ser sino la de la libertad de empresa.

Lo que sube baja pero vuelve a subir, dicen la Biblia y la conseja financiera. El chiste es sobrevivir la caída hasta tocar fondo, porque de ahí en adelante viene el tiempo de las vacas gordas. Así será esta vez, probablemente, porque así se ha comportado el capitalismo a lo largo de su (no tan larga) historia. La otra cara de este relato está en los perdedores, así como en la capacidad y el valor de las sociedades y sus estados para aliviar a los desvalidos, modular el cambio y sus dislocaciones y, en efecto, prepararse para de nuevo saltar o tratar de hacerlo, sorteando las trampas mentales y los círculos viciosos que también forman parte de esta historia.

En la anterior jugarreta trágica y cruel del mundo, la Gran Depresión de los años treinta del siglo pasado, los mexicanos se las arreglaron para sobrevivir y saltar y así tuvimos el México moderno cuya crisis ahora vivimos. Al contrario de aquella experiencia que Cárdenas hizo gesta nacional y popular, la de hoy arranca con el fin de un régimen cuyos responsos son cantados por los herederos del más viejo de los órdenes, el del privilegio por designio divino o derecho de sangre, así sea ésta inventada o adquirida en el banco más cercano.

Aquellos días de violencia y turbulencia fueron gobernados por la voluntad plebeya de cambiar y marchar hacia delante. Los de hoy sólo atestiguan pereza intelectual, arrogancia parroquial, majadería oligárquica. Lo que baja puede seguir haciéndolo, sin tocar nunca el fondo.

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