domingo, 21 de septiembre de 2008

Guillermo Haro

Elena Poniatowska/ I


Suele decirse que los hombres que se ocupan de los rayos cósmicos, de las longitudes de onda, de las radiaciones de luz, de la energía explosiva de los gases de las estrellas viven en su mundo y ese mundo –macrocósmico y microcósmico a la vez– les sorbe la vida y nada les apasiona más que un cuerpo celeste. Ver el cielo los inmuniza contra el apego a la tierra y la astrofísica los aleja a cien mil años luz de la vida cotidiana y los pesares del vulgo entregado a tareas comunes y corrientes.

Sin embargo, no hubo un día en la vida de Guillermo Haro en que no se preocupara por México y buscara el modo de sacarlo adelante. Guillermo Haro fue un hacedor. Por más que los visitantes al Observatorio de Tonantzintla le dijeran: “¡Qué feliz usted que vive en las nubes, absorto en las maravillas del cielo, apartado de este mundo y sus miserias!”, a Guillermo Haro lo enfermaba el retraso de nuestro país, su pobreza, la injusticia social y la corrupción política.

Estaba tan preocupado por el futuro de nuestro país que casi no vivía para sí mismo. A Guillermo en alguna ocasión le ofrecieron ser diputado y respondió a quien le traía la buena nueva: “No me ofenda”. Modesto, porque ¿cómo uno no puede ser humilde frente a la grandeza del universo? también desconectó personalmente los cables de un formidable equipo de televisión venido del Distrito Federal que pretendía no sólo hacerle una entrevista sino lanzar un reportaje sobre la astrofísica, la óptica y la electrónica en México. Acerbo, adusto, hosco, ante su autoridad los camarógrafos emprendieron la carrera.


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